La sexualidad femenina: el universo entre las piernas
Una reflexión sobre la sexualidad femenina como fuente de vida, poder y conexión divina
Estaba en Pinterest, procrastinando.
Lo mismo de todos los días, ya es un hábito, algo automático. Entro por entrar, por mirar cosas bonitas, por aplazar mis obligaciones inspirándome con la infinidad de imágenes que se encuentran ahí.
Hasta que vi una imagen que me dejó inmóvil.
Una mano se extendía sobre un fondo estrellado, tocando una galaxia. Me aturdió un poco. En principio no entendía qué estaba viendo, para mí era un collage sin sentido.
Y entonces la entendí (o más bien la interprete como se dio la gana): la sexualidad femenina es sagrada. Cuando lo comprendí, fue como un golpe, una certeza. Algo en mí se encendió.
No lo digo desde una religión o con tintes místicos (aunque muy en el fondo lo sea). Lo digo porque sé —lo he sentido— que ese placer, ese poder de dar vida, de crear, de abrir portales dentro y fuera de nosotras no puede ser otra cosa que divino. Porque si la divinidad es dadora de vida, entonces el sexo femenino también lo es y por eso debe ser digno de veneración, de respeto, de celebración.
Somos multiorgásmicas. Y es una cuestión que va más allá de la biología. Es algo simbólico, algo espiritual.
Somos capaces de sentir y generar placer y vida al mismo tiempo.
Y, sin embargo, durante siglos se ha replicado una narrativa de negación. Que no debemos. Que no podemos. Que no es correcto. Que es sucio. Que es pecado. Que es para otros, pero no para nosotras.
Crecí en una cultura (latina y religiosa) que, aunque no me prohibió hablar del sexo de forma directa, tampoco me ofreció el lenguaje para hacerlo desde la normalidad y el placer, desde el descubrimiento, desde la libertad. Lo único que recuerdo que me dijeron de niña fue: “tu cuerpo es un templo y tus genitales son íntimos, solo tú puedes verlos y tocarlos”. Tal vez por eso hoy entiendo tan bien que mi sexualidad es sagrada, porque me enseñaron a verla como algo que debía protegerse, pero nunca me hablaron de su poder.
Para nadie es un secreto que históricamente las religiones, sin importar cuál sea, han limitado profundamente el placer femenino. La sexualidad de las mujeres ha sido silenciada, domesticada, exotizada o profanada, según convenga. Se nos ha arrancado la palabra. Se nos ha arrebatado el derecho a nombrar nuestro cuerpo, a entenderlo, a explorarlo, a disfrutarlo, y sin lenguaje, sin educación, sin libertad, ¿cómo íbamos a saber que éramos un universo entero?
Como lo dije unos párrafos atrás, la sexualidad femenina no es solo biológica. Es simbólica, es política, es energética. Algunas tradiciones hablan de la energía kundalini, que se activa desde la base del cuerpo hacia arriba como una serpiente que asciende, despertando la conciencia. Y no me sorprende. Porque lo que he escuchado de otras mujeres, lo que he vivido en carne propia, lo que me reveló esa imagen, lo que me recuerda mi cuerpo cuando me escucho, es que dentro de cada una de nosotras hay una galaxia. Y está viva.
Quisiera que habláramos más de esto. Que dejemos de temerle al placer como si fuera un enemigo y empecemos a reconocerlo como un derecho, como un camino de autoconocimiento, como una forma de habitar el cuerpo. Que la educación sexual no sea solo una charla incómoda sobre anticonceptivos o enfermedades, sino una conversación real sobre lo que significa habitar un cuerpo, en especial uno femenino, con deseo, con poder, con dignidad.
No quiero que este texto sea solo una reflexión personal. Quiero que sea una invitación a escribirnos, a tocarnos, a hablarnos, a reeducarnos. A recuperar todo lo que nos han hecho olvidar y a descubrir todo aquello que nos haga falta.
Porque sí. El placer femenino es incomparable.
Porque somos vida. Porque somos un universo. Porque somos sagradas.